Hace pocos meses nos hemos unido a la asociación Juventudes Activas mis dos hijos y yo. Los conocimos semanas antes en un evento de presentación de asociaciones juveniles, y ante la pertinaz insistencia de mis hijos, decidimos conocer sus actividades … Si es que mis hijos hubieran insistido, que no lo hicieron. En realidad, no les interesaban lo más mínimo los juegos de mesa. Sólo quieren jugar al ordenador o con la tableta, y de vez en cuando, ver la tele. Pero esta ha sido la situación desde que eran unos mocosos (ahora tienen 10 y 12 años y parecen Zipi y Zape, uno rubio y el otro moreno). ¿Echamos una partida de parchis? ¡NO! ¿Y si jugamos a las damas chinas? ¡NO! ¿Qué les parece una partida de memo? ¡NOOOOOO!, ¡QUEREMOS JUGAR AL ORDENADOR!
Pero hay un problema. Que a mí sí que me gustan. Por lo que me llevé una enorme sorpresa cuando descubrí que hay niños que no quieren jugar. Bueno, sí quieren, pero no en la mesa. Así que, con gran dolor de mi corazón, no tuve más remedio que arremangarme la camisa, poner cara de ogro con malas pulgas, y declarar bien alto y claro que ¡Vamos a jugar una partida de Dobble porque …! ¡Porque lo digo yo …, y a callar! Argumento infalible que me ha ganado el desprecio eterno de mis hijos. Con el paso de los años, sin embargo, se han ido resignando y ahora, aunque mascullando y refunfuñando (¿por qué nos obligas a jugar?), ya se avienen a compartir mesa.
Esta situación que describo ha sido realmente así. Pero la razón última de mi empeño, a pesar de su desinterés, es que considero enormemente importante encontrar el tiempo de jugar con ellos. Los juegos físicos son necesarios, pero creo que sentarse a jugar un rato es prioritario. Y más en los momentos actuales del internet omnipresente. También creo que las horas que paso con los niños frente a un tablero son de mucha calidad, y no he renunciado a ello a pesar de sus súplicas de que los deje en paz para poder sentarse al ordenador.
Con todo, también consideramos sus padres que es necesario que se habitúen a manejar el ordenador, pero intentamos que no sea una actividad de ocio principal, sino secundaria (a su pesar). Les dejamos jugar en el mundo digital, incluso bastante tiempo. Pero cuando toca sentarse ante un juego de mesa soy inmisericorde, y el ordenador se apaga. Entiendo que esto no es fácil para muchos padres, que no tienen tiempo ni de respirar, cuanto menos de estar en una mesa tres o cuatro horas. Y ante esta situación es más sencillo, por ejemplo, dejarles ver la tele para que estén distraídos. Con las consecuencias que eso pueda acarrear. Mientras son pequeños nuestro objetivo es educarles bien, y que su vida sea real, y no virtual, sin amigos de mentira en internet, sin acoso, sin obsesión por los “likes”. Y la cosa no parece ir del todo mal porque, aunque no hemos dicho nada en contra, no han mostrado interés por tener cuenta de Facebook o Instagram. En sucesivas entregas podremos reseñar los juegos que han sido importantes en su formación. No desde la perspectiva del adulto jugador, sino del adulto educador.